1.- Las charlas, dinámicas, talleres, cursillos… no educan en valores.

Los valores humanos son aquellas características o cualidades de la persona, que condicionan su comportamiento e interacción con otras personas y con su entorno. Responden a ideales, referentes, principios. Marcan las prioridades en la vida.

La educación en valores requiere de la interacción humana.

Las familias realizan un trabajo de educación individual. En el tiempo libre o en la educación formal, educamos en grupo. Atendiendo a las peculiaridades individuales de las personas que lo componen, pero educamos en grupo.

La pertenencia a un grupo humano estable da seguridad a las personas, les permite conocerse, conocer, comunicarse… Es un elemento clave en la educación en valores. La necesidad de pertenencia a un grupo facilita que cada uno-a se esfuerce por adecuar sus comportamientos para integrase en él, esto se traduce en una mejora de valores individuales.

La integración en la sociedad consiste, precisamente, en la pertenencia a algunos de los grupos sociales que la componen. Esto se da a partir de la adolescencia. Es, precisamente en esta etapa de la vida, en la que el grupo humano, en este caso de iguales, tiene más importancia. La socialización de las personas se da de manera intensa en la adolescencia a través de los grupos de iguales que, convertidos en pequeñas sociedades, permiten adquirir y experimentar a sus miembros las habilidades que luego se desarrollaran en la vida adulta.

Educar en grupo requiere del tiempo necesario para que se de el conocimiento entre las personas que lo componen, se establezcan canales de comunicación, necesarios para que el grupo conviva, tome decisiones, comparta experiencias y vivencias, desarrolle intereses comunes… Y todo esto requiere tiempo.

Para hacer educación en valores hemos de trabajar con grupos. Para trabajar con grupos, necesitamos tiempo. Este dependerá de la intensidad con la que hagamos el trabajo educativo en una unidad de tiempo determinada. Lo cierto es que las charlas, las dinámicas grupales concretas, los juegos de grupo… pueden formar parte de un proceso de educación en valores de un grupo, pero aisladas, no son educación en valores. Pueden ser sensibilizadoras, concienciadoras, de alto contenido informativo, incluso motivadoras, pero la educación en valores requiere de una intervención continuada con un grupo estable.

Una charla, una dinámica, un cursillo, un taller, podrán, si son muy buenos, trasmitir consignas, slogans, lemas, que acabarán, con el tiempo, cayendo en saco roto, si no hay más tarea educativa.

2.- Nos hemos equivocado en los valores en los que debíamos educar.

Ya lo dijo Javier Elzo:

“Hemos podido constatar en diferentes estudios que un rasgo central de muchos jóvenes (no solamente en ellos, pero de los jóvenes hablamos aquí) es el de su implicación distanciada respecto de los problemas y de las causas que dicen defender. Incluso en temas en los que ellos son pioneros, como el ecologismo y el respeto por la naturaleza, por señalar un caso paradigmático, no puede decirse que, salvo en grupos muy restringidos, sea para la mayoría de los jóvenes una prioridad vital, una utopía sostenida en el día a día, en la acción libremente decidida a la hora de ocupar sus preocupaciones y su tiempo disponible. Cada día estoy más convencido de que el uso que se dé al tiempo libre y al dinero de bolsillo son dos de los mejores indicadores de los valores de las personas, de los jóvenes en este caso.

Hay que señalar que en muchos de los jóvenes de hoy existe un hiato, una falla, entre los valores finalistas y los valores instrumentales: los jóvenes de hoy apuestan e invierten afectiva y racionalmente en los valores finalistas (pacifismo, tolerancia, ecología, exigencia de lealtad…), a la par que presentan, sin embargo, grandes fallas en los valores instrumentales sin los cuales todo lo anterior corre el gran riesgo de quedarse en un discurso bonito. Son los déficits que presentan en valores como son el esfuerzo, la autorresponsabilidad, el compromiso, la participación, la abnegación, la aceptación del límite, el trabajo bien hecho… La escasa articulación entre valores finalistas y valores instrumentales está poniendo al descubierto la continua contradicción -amén de la dificultad- de muchos jóvenes para mantener un discurso y una práctica con una determinada coherencia y continuidad temporal allí donde se precisa un esfuerzo cuya utilidad no sea inmediatamente percibida. Aquí también la educación en derechos sin el correlato de los deberes y responsabilidades ha hecho estragos. “

Javier Elzo. Jóvenes y valores, la clave para la sociedad del futuro. Fundación La Caixa. Barcelona, 2006

A la vez que Elzo contaba esto en España, en Europa y gran parte del mundo (países de la OCDE), se acordaba las competencias básicas en las que debe centrarse la educación (toda, la formal y la no formal). Leer el detalle de lo que significan estas competencias es ponerte frente a un desglose de valores instrumentales y finalistas, un conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes que permiten una educación de las personas para su integración completa en la sociedad.

Cuando educamos en la defensa de los derechos humanos o del medio ambiente, estamos haciéndolo en competencias cívicas.

Cuando educamos en el respeto y la tolerancia, estamos educando en competencias interpersonales e interculturales.

Cuando educamos en el diálogo o en la cooperación, lo hacemos en competencias sociales

Educar en competencias matemáticas, y científico-técnicas, incluye la educación en valores como la reflexión o el espíritu crítico.

Educar en competencias en espíritu emprendedor o en aprender a aprender, incluye la educación en valores como el esfuerzo o la responsabilidad.

Educar en valores (en todos, no sólo en los finalistas) es educar en competencias básicas.

 

3.- Educar en valores ha de hacerse a partir de los valores que ya tienen las personas a las que educamos.

Nos hemos equivocado en cómo hemos educado en valores, incluso en los finalistas.

Los valores se van asimilando, con el tiempo, desde pequeños, en base a experiencias en nuestra familia, con nuestras amistades, en el colegio…

La adolescencia viene acompañada de la necesidad de pertenencia a un grupo humano. Por ello esta es la etapa que mejor permite la asimilación de valores que tienen que ver con la integración social. Educar en estos valores es de suma importancia.

Nunca se parte de cero cuando se educa en valores. Las personas a las que educamos vienen con una escala de valores propia. Partir de ella es básico para poder educar bien. Tenemos claro que alguien que no entiende qué es una multiplicación no va a poder aprender a dividir. Por eso, en los institutos, se hacen las evaluaciones cero a principio de cada curso. Esto no se suele hacer para educar en valores.

Habitualmente la educación en valores, por ejemplo en los institutos, se ha centrado en valores finalistas y esta se ha hecho, como hemos dicho anteriormente, mediante charlas, dinámicas puntuales, juegos… que, como mucho, en el mejor de los casos, sirven para informar, sensibilizar o concienciar. Lo hemos hecho, además, siguiendo la estela de la agenda mediática o en base a una programación curricular genérica, y no de la realidad del grupo con el que estemos trabajando. Nos hemos empeñado, por ejemplo, en educar en la respeto al emigrante, a la diversidad sexual o a la persona con diversidad funcional, en grupos de instituto que, entre ellos, se comunican de manera desagradable, no se escuchan, se hacen gracias burlándose, es decir, que no se respetan entre sí. O al contrario, hemos dado charlas sobre violencia de género o diversidad sexual, a grupos de adolescentes que, por lo que han asimilado en sus familias durante años, tenían ya asumidos los valores de la no violencia o la tolerancia.

Cualquier intervención social, nos dicen los manuales profesionales, ha de comenzar con un análisis de la realidad. También cualquier intervención educativa. Pero esto nos cuesta aplicarlo a la educación en valores.

Un primer paso en la educación en valores que se haga con un grupo es, precisamente, conocer cuales son los valores de cada uno de los miembros de ese grupo. Es más, realmente lo que debemos hacer es posibilitar una tarea de auto-descubrimiento de esa escala de valores. La escala de valores, especialmente a esa edad, se tiene, pero no necesariamente somos consciente de cuál es. Para quien educa a un grupo, descubrirla es un análisis de la realidad del grupo, y para cada miembro de este, un ejercicio de auto-descubrimiento personal.

 

4.- Que las personas a las que se educa decidan mejorar su escala de valores, es el objetivo

Tras la infancia, sólo mejoramos nuestra escala de valores si lo decidimos.

La autonomía personal que se desarrolla, de forma extensa, en la adolescencia, lleva a un punto de toma de decisiones independientes, que es especialmente significativo en cuanto a valores se refiere. Estos van ligados a la forma de ver al vida, de interpretar el mundo en el que vivimos.

La decisión de mejorar la escala de valores la va a tomar cada persona con la que estemos haciendo tarea educativa. Esta tarea tendrá que tener un componente motivador, que incite a mejorar la escala de valores propia, una vez descubierta cual es.

 

5.- Las vivencias personales de cada miembro del grupo al que se educa en valores, son la base de la metodología a utilizar.

Una estrategia de motivación que se puede utilizar de manera permanente consiste en activar la visualización de los valores más positivos (interpersonales, sociales y cívicos) que ya tienen asumidos personas del grupo con el que se trabaja. El listado de cualidades personales reconocidas por el grupo en alguien que forma parte de él puede ser extenso. Sinceridad, respeto, generosidad, solidaridad, capacidad de diálogo, empatía, cooperación, civismo… si hablamos de las más instrumentales. Respecto a los derechos humanos, al medio ambiente, preocupación por la mejora de la sociedad, participación social… si hablamos de las más finalistas. La estrategia metodológica consistiría en ensalzar a aquellas personas que el grupo reconoce que tienen ya asumidos estos valores, que tienen desarrolladas competencias en este sentido. Mostrarlo como algo positivo, como modelo para otros miembros del grupo.

Complementario a lo dicho, hay otras formas de estimular que alguien desee mejorar su escala de valores. Aquí sí, dinámicas de información, sensibilización, concienciación o motivación pueden formar parte de ese trabajo educativo continuado de educación en valores. El éxito de estas dinámicas vendrá de su adecuación al grupo, en base a la realidad analizada sobre la escalada de valores que tiene cada persona que lo compone, de cuales son los elementos de esta que más prevalecen en el grupo, y cuales son los más necesitados o susceptibles de mejora. Actuamos en el tiempo libre, por tanto se trata de encontrar una forma entretenida y divertida de hacer reflexionar a las personas del grupo, de proponerles una mejora de su escala valores y que la acepten de buen grado.

El debate en torno a temas que motiven al grupo es una oportunidad de trabajar valores o competencias con el grupo, especialmente finalistas, es decir aquellos que tienen que ver son su visión del mundo. Es imprescindible que este debate se realice en base a información, a datos objetivos, y con un protocolo de preguntas que permita profundizar en la temática. Y es importante tener claro la agenda de temáticas de interés de las personas adolescentes puede no tener nada que ver con la nuestra. Los acontecimientos importantes en la vida de un grupo de adolescentes se producen en su día a día. Aprovechar las problemáticas o acontecimientos diarios que se producen en la mini-sociedad que constituye para una persona adolescente su grupo de iguales, es una oportunidad para plantear mejoras en la escala de valores de sus miembros.

Partir del análisis del lenguaje discriminatorio hacia las mujeres o hacia la diversidad sexual, o de las actitudes no respetuosas con el medio ambiente que puedan darse en el grupo, podría ser más útil que recurrir a noticias o casos que pueden resultar ajenos o sentirse como lejanos. La información y los datos de carácter general, ligados a la extrapolación a la sociedad general, de estas actitudes cotidianas, son una buena estrategia. Se trataría, por ejemplo, de debatir sobre en qué pueden acabar unos comentarios discriminatorios permanentes hacia una persona, haciendo referencia a datos estadísticos sobre acoso. O de tener una reflexión colectiva sobre las consecuencias inmediatas para el entorno natural de los desperdicios que las personas del grupo hemos generado en una semana, por ejemplo, aportando datos sobre el impacto de unos y otros desechos en el planeta.

Cuando hablamos de valores finalistas (ecología, feminismo, justicia social…) , en orden lógico, estos deben introducirse, como propuesta, en paralelo, o de manera posterior, a los valores instrumentales (respeto, diálogo, tolerancia, esfuerzo, responsabilidad, reflexión…).

Una vez las personas del grupo han mostrado su motivación por alguno de estos valores de trascendencia más social, una buen estrategia de cara a asimilar de manera más profunda alguno de estos valores consiste en proponer una implicación en acciones de mejora de la realidad, o de concienciación social sobre una temática concreta, como forma de, primero, tener una mejor formación y, después, asentar en la escala de valores personal, de manera más contundente, el valor en cuestión. A este nivel, por ejemplo, las propuestas de APS son una buena fórmula.

En cualquiera de los casos, facilitar el encuentro de personas que comparten valores es una forma de reforzarlos.

En cualquiera de los casos, cuando trabajamos con adolescentes, el deseo de mejorar sus escalas de valores, requiere de un proceso, de un acompañamiento educativo. Cada valor, cada competencia que trabajemos, requiere de una batería de soportes a los que recurrir y que podríamos clasificar en tres:

1.- Una buena base de datos sobre la realidad, que justifique una necesidad de mejorar esta. Esto es básico cuando hablamos de valores finalistas o competencias cívicas. Menos necesario si hablamos de valores instrumentales.

2.- Un buen argumentario sobre la mejora que supone para la sociedad y para las personas que vivimos en ella, la mayor presencia de cada valor que vayamos a trabajar.

3.- (cuando hablamos de valores instrumentales) un listado de referentes de entidades especializadas en temáticas relacionadas con cada valor que trabajemos, que pueden tener datos actualizados, o argumentarios más profundos. Se trata de poder tener fuentes fiables de datos. Las redes sociales son cada vez menos fiables, e internet cada vez tiene más mentiras, falsedades, bulos… Asegurarnos datos ciertos y objetivos es el mejor refuerzo de nuestro trabajo educativo en valores.

 

6.- Evaluar los cambios producidos en la escala de valores.

No hay proceso educativo si no hay evaluación. Realmente no podemos hablar de una intervención social completa si no somos capaces de evaluar el impacto de la misma. Esta es una asignatura pendiente, en muchas cosas, también en la educación en valores.

Tras realizar un trabajo educativo en valores o competencias clave, en definitiva en habilidades para la vida, es imprescindible realizar un análisis del cambio que se ha producido en la escala de valores de las personas que forman el grupo con el que hemos trabajado.

Podemos valorar lo bien o mal que se lo han pasado en alguna dinámica, o debate, o actividad, pero lo sustancial es si, al final, las personas con las que hemos trabajado, muestran una clara mejora en cada uno de los valores en los que hemos centrado nuestra intervención.

Precisamente hablar en términos de competencias es lo que hace que sea más sencillo poder hacer la evaluación del trabajo en valores. Las competencias son capacidades concretas cuya adquisición se puede comprobar.